El personaje leía a Herodoto, y repetía sus historias
como si con ello pudiera recuperar la propia o inventar
una nueva a la manera de Tiresias.
Cada noche-había dicho- me arranco el corazón,
pero al amanecer vuelve a estar en su lugar.
Nada había aprendido el infeliz.
Ni las afiebradas noches en que se hundió en el Dante
o aquellas en que lúcido recitó a Catulo
le habían dejado la mínima sospecha
de que el corazón es como una planta multípara
o como una serpiente o una iguana
cuyo cuerpo sigue pujando después del golpe más certero.
ana julia saccone
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